Los seres humanos a partir de sus capacidades mentales superiores han desarrollado a lo largo de su historia una cultura que se ha ido nutriendo a través del lenguaje; la función de la memoria y la simbolización (aunado a la interpretación) de los acontecimientos que ocurren en la vida diaria ayudan al individuo a tener mecanismos psicológicos para hacer frente a circunstancias emocionales diversas. Se revisará a continuación el planteamiento de la función de la tradición en la vida de los sujetos.
La tradición es: “la transmisión hecha de generación en generación, de hechos históricos, doctrinas, leyes, costumbres, etc.” / “costumbres o norma transmitida de esa manera”; a partir de esta definición entendemos que para poder transmitir un hecho a alguien más, a una generación posterior, debe existir un suceso que desencadene la comunicación; este hecho habría de tener un impacto profundo en la vida del o los individuos para que éste o estos necesiten preservarlo en la memoria, en forma de recuerdo. Si nos dejamos guiar por las asociaciones inconscientes, las palabras “memoria” y “recuerdo” tienen al menos dos significados, el primero de ellos tiene que ver con lo descriptivo y lo funcional en cuanto a una función cognoscitiva; Memoria es la “capacidad mental que permite fijar, conservar y evocar información de situaciones que el sujeto percibe como pertenecientes al pasado” y el Recuerdo es “hacer conciente una vivencia pasada almacenada en la memoria, sabiendo que se trata de un acontecimiento pretérito”. Pero también ambas palabras se utilizan para designar “ese” mismo hecho pasado pero asignándole un Valor que conlleva una carga afectiva, una memoria podría ser un “recuerdo valioso”, y un recuerdo volverse tangible mediante un objeto que signifique algo, o intangible si es una evocación mental de un suceso o persona, un ritual, o una celebración que sirva para honrar algo o a alguien pasado.
Entonces, todo hecho puede dejar una huella importante en el sujeto, esto dependerá de la forma en que lo signifique, los acontecimientos habituales por lo general se ‘pierden’ en el inconsciente, levantarse a determinada hora, bañarse, comer, salir al trabajo, etc.; pero hay sucesos que se presentan de manera fortuita o planeada y que le causan un impacto al individuo, ya sea porque la impresión emocional (cualquiera que fuese) cala profundamente en el ánimo del sujeto o porque se le anuda un afecto al evento acaecido. En cuanto al recuerdo de este tipo de eventos, el proceso psicológico es automático, involuntario, es un mecanismo adaptativo del Yo para mantener la estabilidad en el mismo, esto influido de manera significativa por la “compulsión de repetición” a la que se refiere Freud y que deviene de la pulsión de Muerte. Esto es un plano individual en cuanto al recuerdo de sucesos al cual regresaré más adelante, existe también el plano social, el cual se comentará a continuación.
Para empezar, haré una consideración acerca de la figura más representativa de un pueblo en cuanto a su poder y su influencia sobre los demás; en este sentido podríamos pensar que las deidades o las representaciones totémicas son referentes obligados para todo individuo, por lo tanto su ley, sus mandatos e incluso su propia investidura es imperativa para todas las personas allegadas a su representación a que se le venere, se le ame, se le siga, se le respete, se le cumpla, se le Recuerde. Pero como bien lo podemos intuir, esto también se asocia a la instancia del superyó, por lo tanto es algo estructural, por lo que si la ley del “dios” o del “padre” exige un ritual o un tributo para alabarlo o recordarlo el sujeto consciente e inconscientemente seguirá ese mandato inevitablemente.
¿Qué pasa entonces si se deja de rendir tributo a esta figura ensalzada? Sabemos que el sujeto se podría revelar y desear no querer estar más por debajo de su autoridad, fundando una nueva investidura en su persona o alabando a alguien más, pero quienes no tienen la misma suerte, faltar a un designio que su sociedad le señale le acarreará cierta culpa y sentirá que ha faltado a un principio elemental, esto por consecuencia le hará reprocharse por su falta (no necesitaría ser señalado por otros) y recaerá sobre su Yo (y autoconcepto) una reprimenda a partir de su propio sentido crítico (superyó) no saliendo tan bien librado de tal querella. Así, un destino de este conflicto puede ser la tristeza, e incluso en cierto casos la depresión. Se ha observado en personas con tendencia a la melancolía y a la depresión, la acción de un superyó crítico y punitivo que los empujan a denigrar su propio ser, reclamándose “no hacer nada bien” o simplemente ser sujetos infelices debido a la incapacidad a adaptarse a circunstancias diversas.
Ahora, habría que entender también que la veneración a un dios, a una figura representativa o la conmemoración de un hecho por lo general va acompañada de un ritual, un festejo o ambas actividades que los individuos toman con ánimo y gusto, son menos los casos de personas que no ven con “buenos ojos” las festividades de su pueblo. Siendo así, en los significantes asociados a dichas conmemoraciones se encuentran las circunstancias que componen la “festividad” en general, así, muchos de nosotros que celebramos las tradiciones no sabemos el origen de las mismas y no estamos concientes de la razón por la cual hacemos tal o cual acto ‘ritual’. Entonces la omisión del seguimiento de una tradición o de la veneración a algo o alguien no precisamente conlleva la culpa por haber “faltado” a una ley o mandato superior porque ni siquiera estaría escrito en el inconsciente algo que ni siquiera se sabe, solamente habría una referencia a partir de los hechos existentes en la misma celebración o la idea asociada tal como la navidad nos recuerda al “nacimiento de Jesús” pero bien podría haber alguien que no conozca en profundidad su filosofía o su sentido religioso. Así, no se estaría faltando a la entidad sino a la celebración en su nombre, y sabemos que la celebración en sí no generaría una culpa, este proceso pudiera tener una semejanza con los retoños de lo reprimido en cuanto a que lo reprimido sería aquella instancia suprema por la cual devienen todas las celebraciones, siendo éstas los retoños, a este punto regresaré más adelante para cerrar nuestra disertación. De estos últimos hechos planteados podemos pensar entonces, que la falta de participación en una celebración influiría en el ánimo del sujeto independientemente de la causa por la cual exista, esto nos lleva a algo muy sencillo como lo es la frustración asociada a la no satisfacción de algo deseado (principio del placer); pero también al sentimiento de “no pertenencia” al estar alejado de la participación social en ‘Ese Algo’ que une a los integrantes de la sociedad dentro de su cultura.
Hablemos ahora acerca del duelo; Freud (1915) refiere que el duelo es: “… la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” A partir de esto, se explica que el duelo no podría considerarse de carácter patológico mas no así la melancolía, afecto con características muy similares a las que se sienten en el duelo salvo por la “perturbación del sentimiento de sí”. Ahora, bien se me pudiera argumentar que la “no-celebración” de un rito no precisaría un duelo porque no existe una pérdida “real”, y atendiendo eso así es, pero como el sujeto vive su presente y el inconsciente es atemporal, ese hecho actual de alejarse del ritual que el individuo ha hecho durante toda la vida lo dispone a un estado afectivo melancólico debido a que no tiene contacto con los simbolismos a los cuales está acostumbrado. En este hecho presente, su tradición ha sido cancelada, ha faltado a la misma, si bien la pudiera revivir tiempo después, en ese momento no se puede consumar la unión de su persona con los significantes que su tradición conlleva. Pero aún pudiéramos argumentar algo más; el sujeto comprende la universalidad e inmortalidad de su tradición, así que no la ve por entero perdida, siendo así, no existiría un duelo profundo porque sus símbolos ahí siguen, por lo que las reacciones emocionales serían sólo una ilusión del duelo, se acercaría más a la melancolía sabiendo que podría existir un encadenamiento inconsciente que genera el afecto doloroso, por lo que se refuerza la idea de que no sería un duelo por lo “no-celebrado” sino por algún significante que enlazado a la tradición le genera al sujeto tal sentimiento. Cosa que probablemente sí pudiera representar una pérdida, aunque no conciente.
Con lo último, podríamos pensar que se ha esclarecido en algo el panorama, pero hay un hecho más que nos haría volver a dudar; Freud refiere que en la melancolía existe un empobrecimiento del Yo, y en el duelo no, sólo una visión “pobre y vacía” del mundo. Cuando no se sigue la tradición, lo más probable es que el sujeto vea con gran tristeza el día o los días actuales, pero por lo regular no tendrá un autorreproche tan grande sobre su persona, salvo que la culpa lo consuma y aleje la consideración buena de sí mismo a un lugar apartado (de su psiquismo) para solo describirse como una “mala persona”. Pero como se mencionó anteriormente, en sí un ritual no genera una culpa, sino que solamente la podría generar la misma entidad venerada, siendo así, serán menos el número de personas que sufran de sentimientos de culpa por haber faltado a la “ley” a la que alaban.
Así, lo que este ensayo ha ido tejiendo, es la necesidad humana de recordar hechos memorables y la afectación que los sujetos pueden tener al dejar de lado las tradiciones que han venido celebrando desde chicos. La parte final de la descripción del tema, nos deja la duda de si acaso es un duelo o un sentimiento melancólico el que el individuo siente por dejar de llevar a cabo su tradición, y se han abierto distintas posibilidades. Una razón más, que es importante señalarla como variable es el motivo por el cual el sujeto no ha celebrado su tradición, las causas específicas son muchas, pero dentro de las razones generales puede ser el decidir no hacerlo, por una circunstancia fortuita, por un estado emocional que influye en su ánimo o por la influencia de alguien más. Cada una de estas razones puede causar efectos diferentes, podemos pensar que una decisión ‘voluntaria’ no causaría demasiados estragos emocionales en el individuo, pero aquellos casos donde fue orillado sin querer, la persona se sentirá “removida” de un deseo, lo que le ocasionará un pesar. Pero de esto último, a pesar de la importancia para el entendimiento creo que no necesita más elucidación puesto que se aprecia claramente una frustración. Pasemos ahora al punto que da pie a la conclusión.
¿Existe un duelo por no celebrar una tradición? Ante la posibilidad que sólo sea melancolía tendríamos que ser un tanto cautos al generar nuestra conclusión; en líneas anteriores ya se había generado una discusión en este respecto y se tuvo al alcance una idea. Para complementar la misma tendríamos que pensar acerca de lo reprimido. Como se comentó anteriormente, cada tradición conlleva símbolos y significados que la estructuran, pero además de su génesis “pura” existen varios agregados que la enriquecen, estos agregados pueden ser culturales, familiares o individuales. Regresando al ejemplo de la navidad, y plasmándolo de una manera escueta, ésta celebración se refiere al nacimiento de Jesús, es su base y su razón de existir, lo que Jesús significa para las personas es lo que mantiene viva esta fecha, basándose además en una ideología cristiana, aunque sabemos que no todos los cristianos celebran la fecha porque parten de otras referencias históricas. Ahora bien, cada cultura puede celebrar la navidad con ciertas variantes y le agrega sus propias representaciones y baña la conmemoración con sus propios bagajes tales como la comida, las ropas, los ritos, las prácticas sociales de la ‘temporada’, las emociones compartidas a partir de identificaciones (que creo que sería otra forma de entender eso que Jung denominó inconsciente colectivo, o sea, los simbolismos y los afectos que se extienden a partir de identificaciones); y una vez que se tiene ese acervo inconsciente, se pasa a lo familiar, los usos de cada familia, las cosas que repiten cada año, las personas que asisten, eso pareciera que va integrando una totalidad en el significante de una tradición en la psique del niño, momento de la vida en la que el sujeto empieza a abrazar y a sentirse parte de una cultura.
Y por último, las vivencias que cada sujeto tiene al estar siguiendo una tradición, las experiencias y los recuerdos relacionados a una fecha o celebración tienen un especial significado para el individuo; tales recuerdos parecieran ser ‘envueltos’ por una cantidad de libido que los vuelve importantes y motivo de satisfacción al serlos expuestos a la conciencia, podrían volverse momentáneamente en objetos (esto por la envestidura libidinal), pero no sólo esos recuerdos, sino que muchos significantes de los referidos en líneas anteriores, y es por esto que una tradición conlleva una fuerte carga afectiva para el sujeto, porque van pasando a ser parte de su propia satisfacción en el devenir de su vida.
Pero hay algo más, existen casos en que una los simbolismos de una tradición, forman parte de los retoños de lo reprimido y pudieran funcionar como los síntomas; personas que les afecta emocionalmente con melancolía la llegada de una celebración pueden presentar este tipo de formaciones, unen una vivencia emocional dolorosa a la investidura de la tradición, y pueden existir dos situaciones, una en que recuerden muy bien la causa de su dolor, u otra en que sepan que esa celebración no les agrada pero no sepan porqué, repitiendo conductas y hábitos que bien no son necesariamente parte del ritual de la tradición sino formas particulares de vivir la misma (alcoholizarse, comprar compulsivamente, llorar, etc.). En estos casos, la falta de celebración se resentiría más, puesto que a lo “normal” que para todo sujeto en una cultura significa una tradición se sumaría algo de índole afectiva o incluso de la propia neurosis que el individuo sigue sufriendo. Resumiendo, habría todo un mar de significantes culturales que han sido y son parte de la estructura del individuo (dispuestos en el superyó) y también recuerdos inconscientes que retoñan en usos y costumbres para seguir manteniendo reprimido aquello que no se quiere recordar pero que se necesita de alguna forma para vivir.
Hasta aquí esta exposición que nos puede ligar a la pregunta ¿qué melancolías y qué duelos son los que el hombre de hoy vive?
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
“Duelo y Melancolía”
Freud, Sigmund
(1917 [1915])
Amorrortu Editores 2007
Diccionario de Psicología
Edit. Oceano
Tomo 4
El pequeño Larousse ilustrado
1999